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Trofeos para llevarse

Ara (7 de septiembre de 2011) Por qué nos gusta comprar souvenirs y qué dicen de nosotros

Ahora que los meses caniculares se han acabado, llega la hora de los recuerdos, los propios y los ajenos. Afortunadamente, las cámaras digitales han hecho tan inalcanzable la sesión de fotos de los amigos volviendo de vacaciones que la mayoría las colgamos en Flikr y pasamos un enlace a los conocidos con la certeza de que no la abrirán. Algunos hacen videos con las imágenes fundiéndose en negro entre ellas o quien sabe qué efecto digital. Se acompañan de música y en la mayoría de los casos son videoclips kitsch de una retórica recurrente y similar, se haya hecho un viaje a Perú, en Tailandia, los lagos suizos o en Nueva York .. Y es que el recuerdo de viaje más universal es hoy la fotografía, que sustituye las antiguas postales pero aumenta poco su variedad. Si se viaja a destinos turísticos se comprueba que, más o menos, todo el mundo hace las mismas fotos, los mismos monumentos y desde los mismos puntos.

Lo que no ha cambiado con la cultura digital es la compra de objetos, los conocidos como souvenirs. Tiendas de los centros históricos o paradas al lado del monumento, la montaña, el lago o cualquier cosa que haya ocurrido turística venden todo un universo de figuras, reproducciones, gadgets y trastos que tienen un solo objetivo: hacer corpóreo un intangible, el viaje. ¿Quién no ha comprado alguna vez un souvenir durante las vacaciones para regalar a un amigo? ¿O bien para recordar para siempre el viaje soñado: una miniatura de un monumento, una camiseta o un llavero?

El souvenir lo compramos siempre para nosotros, incluso cuando el destinatario es otro. No hay nada tan egoísta como llevar un recuerdo a una tía para hacerle saber que cuando estábamos en aquel rincón remoto del mundo nos recordábamos de ella. En realidad, lo que queremos es que ella recuerde, cada vez que vea la figurita sobre la mesita del pasillo, que nosotros estuvimos allí, lejos, como verdaderos conquistadores, aventureros, cosmopolitas viajeros.

Los souvenirs han convertido en un producto masivo, en serie, hecho de plástico barato, normalmente en China, destinado a un turismo masivo, seriado también. El viajero ha dado lugar al turista y con él los tópicos se convierten en dogma. El turismo de alta velocidad, que visita ciudades en una tarde y continentes en quince días, no tiene tiempo ni quiere descubrir la auténtica identidad del lugar que visita. Sólo quiere reafirmar lo que ya sabía por las guías turísticas o los catálogos de las agencias de viaje.

La estrategia del souvenir

Pero para que esto sea posible, es necesario que el souvenir responda a una estrategia concreta. Hay que reducir la complejidad de un lugar, ciudad, cultura, época, etc. iconos reconocibles. Una vez lo conseguimos, las reproducimos alejándolas de la realidad y las dejamos en un estado de neutralidad para que el turista siempre encuentre la suya. El efecto que produce sobre el lugar souveniritzat es una pérdida de riqueza de matices y de diversidad que incluso acaba afectando a los pobladores originarios. Ya sea el toro, la sevillana o el sombrero mexicano en Barcelona o el bumerán, el canguro y el koala en Australia. Con este mecanismo todo es susceptible de ser souveniritzat, ya sea una ciudad como París, un fenómeno doloroso como el Muro de Berlín o un personaje como el Che Guevara.

Todo ello forma parte de un mercado inmenso que es el turismo y por el que las ciudades y los países luchan cuerpo a cuerpo. Por eso, entre otras cosas, surge en las últimas décadas la arquitectura icónica, para crear marcas turísticas que puedan atraer visitantes. Es así como llegamos al Guggenheim de Bilbao, quizás el más grande y brillante ejemplo de la construcción de un souvenir a escala monumental.

¿Qué es auténtico?

Hace unos años Federico Moccia escribió en uno de sus libros una escena azucarada hasta el extremo: una pareja de amantes atan una cadena a la barandilla de un puente de Roma y tiran la llave del candado al río Tíber. Bueno, resulta que algunos lectores emular la escena y los turistas lo vieron, hicieron fotos, vídeos y las colgaron en la red. Al cabo de unos meses vendedores de souvenirs incluían candados entre los productos a la venta. Hace un par de años el ayuntamiento apretó todos los candados para que la barandilla corría peligro de caer. Asimismo las claves en el Tíber provocan un problema de oxidación. Esta anécdota bien puede resumir la búsqueda de la autenticidad en el viaje turístico. Los rituales turísticos convierten en auténticos independientemente de la realidad del lugar donde se hacen. Tan sólo tienen que ser coherentes para los visitantes.

Un americano en un crucero por el Mediterráneo que hace una parada en Barcelona, ​​de una tarde, como ciudad española, es muy difícil que pueda y quiera descubrir que no es lo mismo Cataluña que Andalucía o incluso que México. Dicen que estos viajeros convienen porque tienen alto poder adquisitivo e incluso se ha construido un hotel para ellos, el conocido Hotel Vela. Sin embargo, estos cruceristas son el ejemplo claro que la realidad del lugar y lo que es auténtico para el visitante no tienen nada que ver. Como mucho conseguiremos que vean alguna obra de Gaudí, siempre que se vista de genio español. Pero no pretendemos hacerles entender mucho más. Es un problema de velocidad.

Y lo que vemos claro en nuestro país, lo deja de ser cuando nosotros hacemos de turistas. ¿Quién no ha traído un zuecos de Holanda, un sombrero ruso de Berlín, una chilaba de Marruecos, una almeja del peregrino de Galicia o un sombrero de cowboy de Texas? ¿Estamos seguros de que estos objetos representan la realidad local de donde hemos ido? ¿Hemos visto muchos holandeses con zuecos?

Más allá del 'kitsch'

Afortunadamente, para los viajeros menos recurrentes, hay una nueva generación de souvenirs, más sofisticados, más contemporáneos, menos obvios. Son los objetos que van más allá del simple recuerdo, para plantear, a menudo con ironía o sarcasmo, el uso del mismo souvenir, el significado, la metáfora de lo que representa. Por ejemplo, las figuritas de Van Gogh convertido en Action Man, con una cabeza intercambiable, con oreja y sin. O un cepillo para limpiar las uñas con la forma de la puerta de Brandeburgo. Este es un territorio donde el arte también ha hecho propuestas interesantes, como una obra de Carlos Pazos con la Moreneta sosteniendo a Copito de Nieve a modo de Niño Jesús, una pieza que siempre expuesto ha generado cierta polémica entre los más conservadores.

Hay una evidencia: el souvenir dice más de quien lo compra que de quien lo vende. Una colección de souvenirs es una colección de turistas más que de lugar turísticos. La oferta es muy amplia e incluso podemos optar por comprar objetos de uso doméstico que sin estar pensados ​​para ser souvenirs por ser variantes locales pueden cumplir perfectamente esta misión. Un cucharón de madera hecho en los Alpes o un sombrero de paja de Costa Rica, un batidor de té de Japón o un dosificador de pastel de Francia, son sólo pequeños ejemplos.

Entre la marca y la dignidad nacional

Sin embargo, los destinos turísticos han entendido que al margen de ser un producto, los souvenirs son evidentemente símbolos del lugar a que se refieren y han empezado a intentar mejorar su calidad. Hace unos días aparecía en la prensa que la ciudad de Milán había establecido una especie de líneas rojas del mal gusto y que los souvenirs que las atraviesen serán retirados del mercado. Entre ellos unos calzoncillos estampados con los atributos del David de Miguel Ángel. París persigue los subsaharianos que venden reproducciones de plástico alrededor de la Torre Eiffel con el argumento de que no tienen la calidad necesaria para representar la grandeur française.

En Barcelona el debate sobre los conocidos sombreros mexicanos revive cada verano y finalmente parecen estar en franca retirada. Los comerciantes de la Rambla se comprometieron a no tenerlos en primera línea y esconderlos sutilmente al fondo de la tienda. Por otro lado, surgen iniciativas para dignificar el "recuerdo de" y el Centro de Artesanía Cataluña hace tiempo que trabaja en un proyecto interesante llamado Huellas. Bajo este nombre se reúnen productos artesanos de buena calidad material y estética. Asimismo se intenta diversificar los iconos reproducidas por los artesanos o para cualquiera que quiera generar productos turísticos, basándose en un estudio realizado por la Generalitat de Cataluña que ha reunido 116 iconos de Cataluña: el caganer en el chasquido de Vic. Incluye intangibles como El canto de los pájaros o el dominio. Cat y dando un vistazo a la contemporaneidad incorpora arquitectura actual o fenómenos como el Sónar.

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