"El diseño debe intervenir en problemas reales"
MARIA PALAU (Diario Hoy, 11/8/2020)
Oscar Guayabero, activista del diseño o, como él mismo se hace llamar, paradiseñador, empezó a trabajar un informe en línea sobre a los Retos de futuro del diseño, por encargo de la escuela ESDESIGN Barcelona, ​​justo antes de la pandemia. Y lo acabó durante el confinamiento. De hecho, dice, el planteamiento de la publicación no ha variado tanto con la irrupción de virus. "Las urgencias ya las teníamos, lo que pasa es que ahora han hecho más evidentes y urgentes." A "El diseño, de medio mediador", en el que ha tenido varios colaboradores, lo Razona con detalle. Guayabero nos atiende en pleno proceso de rehabilitación de la su nueva vivienda, en la Pobla de Montornès, una casa conocida como La Montornesa que quiere que ser espacio de encuentro cultural, tanto en taller de serigrafía y estampación textil de su compañera Olga Ibars como en su propio estudio y biblioteca de 3.500 libros, y també en una galería para hacer exposiciones y charlas.
MP- ¿Qué grado de responsabilidad o culpabilidad ha tenido, y sigue teniendo, el diseño en las problemáticas ecológicas y sociales del mundo?
OG-Buena parte de las decisiones que implican gasto ecológico se toman en el proceso de diseño. Muchas veces están condicionadas por aspectos de construcción, ingeniería, tecnología, pero también de marketing, posicionamiento de producto ... Ahora bien, el rol del diseñador está presente en muchas fases de las decisiones y puede ser proactivo en este sentido. De hecho, muchas veces debería ser él el que pones en crisis la misma existencia del producto. Si lo que estamos creando genera más problemas, ecológicos, pero también sociales, de los que resuelve (tanto en la fase de producción, muchas veces deslocalizada, como en el mismo objetivo de producto), habría que replantear la misma idea de sacarlo al mercado. Imaginemos un producto de limpieza que provocara problemas en la piel: la aportación sería menor que el perjuicio. O una aplicación pensada para espiar a los demás: generaría un problema más que una solución. Son casos extremos, pero muchas veces estamos en estas situaciones. Los clientes piden argumentos de venta, pero nosotros tenemos que ofrecer prestaciones. Y no podemos ignorar el proceso de fabricación. Hacerlo es una falta de profesionalidad. Dónde y cómo se fabrica o imprime y como se reciclará o reutilizará una vez termine su vida útil forma parte de nuestro trabajo. Debemos ser conscientes del currículum entero de los productos
¿Es vigente la definición que dio Victor Papanek los diseñadores como “especie peligrosa” por ser cómplices de este gran colapso planetario, ahora ya inminente?
Ante todo, quisiera decir que siento mucho respeto por la mayoría de mis colegas de profesión. No soy quién para cuestionar su tarea y su posicionamiento. Sólo intento dibujar posibles escenarios de futuro, que no deben ser ni únicos ni acertados al 100%. Creo que es importante dejarlo claro. Dicho esto, hay infinidad de campos en los que el diseño forma parte del problema. Desde la complicidad con la obsolescencia programada (por temas estéticos, por ejemplo) a jugar la carta de la exclusividad. Hace un tiempo, oí una charla de un estudio que alababa la idea de hacer muy pocos ejemplares de un modelo de zapatillas deportivas para que así la gente estuviera dispuesta a pagar mucho más para tenerlas. Hay marcas y diseñadores de moda que trabajan en esta línea. Lo que hacen no aporta absolutamente ninguna mejora a lo que ya hay, pero generan el deseo de exclusividad, de lujo. Como decía Bruno Munari: "El lujo es una necesidad para mucha gente que quiere tener una sensación de dominio sobre los demás. Pero los otros, si son personas civiles, saben que el lujo es ficción; si son ignorantes, admirarán y quizás incluso envidiarán a quien vive en el lujo. Pero ¿a quién le interesa la admiración de los ignorantes? Quizás los estúpidos. " También es verdad que hay muchos profesionales que intentan, en la medida de sus posibilidades, aportar soluciones a problemas reales. La cuestión clave es para quienes estamos trabajando. ¿Trabajamos sólo para el cliente, para conseguir que venda más de lo que estamos fabricando o produciendo, o para el destinatario final? Si es para el primero, buscaremos deslumbrar el consumidor; si es para el segundo, buscaremos dar servicio al usuario.
En su estudio, plantea un cambio de paradigma radical. ¿En qué consiste? ¿Está preparado el colectivo de diseñadores para hacer este salto?
La premisa del estudio es que para que el diseño tenga sentido, en un futuro cada vez más incierto, es necesario que pase de ser un medio a un mediador. Hasta ahora, en la mayoría de los casos, el diseño es un medio al servicio de las empresas para situar sus productos en el mercado. El mercado demanda siempre novedades, para seducir. Pocas veces estas novedades van acompañadas de verdadera innovación. El mercado de los coches es un ejemplo. Cada año, salen modelos nuevos, pero los avances reales son muy pequeños. Si el diseño se establece como un mediador entre nosotros y el mundo, entre nosotros y los demás y entre nosotros y nuestras propias capacidades, puede mediar en las dificultades reales que tenemos para vivir y vivir mejor, y por eso ha de ponerse al servicio de la innovación social. El diseño no tiene las soluciones, pero puede ayudar a encontrarlas, incluso puede hacer las preguntas adecuadas. La máxima dificultad es apartar la idea de que somos creadores / genios / artistas y que el mundo necesita urgentemente conocer nuestro talento. Aquí, las escuelas tienen un gran papel. Debemos defenestrar la idea de formar creativos iluminados por las musas y tenemos que hacer entender a los estudiantes que el único camino es la empatía.
¿Qué es la innovación social?
Hay muchas definiciones posibles, pero creo que se pueden resumir en iniciativas que trabajan en un nuevo paradigma en el que el bien común está por delante de las ganancias privadas. Este bien común puede ser en muchos ámbitos, desde la salud al acceso al conocimiento, la soberanía alimentaria y la diversidad de género, pero todas tienen una constante y es reescribir el futuro, porque lo que se dibuja como futuro probable nos lleva al colapso. Somos una sociedad en transición. La pregunta es si seremos capaces de transitar hacia modelos sostenibles (ecológicamente, económica y socialmente hablando) o si vamos directamente a una distopía de precariedad y totalitarismo.
Profundice en este papel de mediador que defiende que debe tener el diseño.
Como decía, la mediación intenta interceder entre dos partes en conflicto. En nuestro caso, tenemos un conflicto y gordo con el medio ambiente. Pero también con la justicia social, la educación, la crisis alimentaria que ya está muy cerca (de hecho, muchas partes del mundo hace tiempo que viven en una crisis alimentaria permanente) y muchos otros temas. Dados estos conflictos, hay colectivos, grupos, cooperativas, sindicatos, pequeñas empresas ... que intentan mejorar la situación, desde el ámbito local o el global, desde iniciativas de barrio o de país. Estos grupos suelen necesitar algunas cosas que el diseño puede ofrecer: metodología, experiencia, capacidad de proyectar, herramientas para testar el acierto lo que están haciendo... El diseño trabaja habitualmente con estas herramientas. Podemos aportar mucho en los procesos de toma de decisiones (se pueden diseñar procesos de participación, por ejemplo). También podemos aportar una mirada a medio o largo plazo, porque estamos acostumbrados a trabajar con períodos más extensos. Hay muchos aspectos que podemos aportar; también, por supuesto, la creatividad. Pero se trata de una creatividad reactiva que intenta cambiar la realidad preexistente, no una inquietud únicamente personal de expresión del yo.
Confiesa que está decepcionado por la falta de aportaciones que han hecho los diseñadores en cuestiones tan importantes como la vivienda o la crisis energética. ¿A qué se debe esta insensibilidad o indiferencia?
En el caso de la vivienda, el colectivo más afectado, que es el de los arquitectos e interioristas, no dio ni un solo toque de atención cuando estábamos en plena burbuja y se construía sin medida y sentido, entendiendo la vivienda como una inversión y propiedad y no como un derecho y servicio. Cuando llegó la crisis, se lamentaban de la situación, se hacían debates en los colegios oficiales, sin embargo, en la mayoría de los casos, la idea era como podíamos volver a estar como antes. Como si fuera un estado ideal. Yo participé invitado en algunos y era lastimoso. Hablaban de cómo internacionalizarse, es decir, como podían ir a otros países a cometer los mismos errores que habían cometido aquí. Afortunadamente, hay excepciones. Desde Arquitectos de Cabecera y Razones Públicas han hecho propuestas interesantes. Sobre la crisis energética, la idea generalizada es que hay que hacer muchos molinos de viento y placas solares (una especie de tecno-optimismo con las renovables), pero rara vez se piensa en el ahorro energético, tanto en las fases de producción, distribución, venta, uso y reutilización o reciclaje. También aquí hay excepciones, el libro de John Thackara “Cómo sobrevivir en la economía verde” explica bastantes casos interesantes.
¿Qué puede hacer el diseño para revertir la brecha social digital?
La mayoría de los esfuerzos tecnológicos en el campo digital están pensados ​​para un público que representa una proporción muy pequeña de la población mundial. El usuario universal, un invento de los Estados Unidos de la posguerra, ha generado un espejismo. Rara vez se plantea la accesibilidad como una prioridad. Hay infinidad de variables en la diversidad funcional, cultural, cognitiva, económica y de género que no se contemplan, pensando en un usuario universal que básicamente no existe. Las empresas emergentes, que siempre tienen prisa, piensan en cómo sacar el máximo rendimiento en el menor tiempo de una nueva aplicación, juego o programa. Siempre todo tiene que ser muy rápido, tal vez porque si se pararan a pensar un segundo, verían que lo que están ofreciendo no tiene ningún sentido. El diseño tiene que trabajar tanto en el software como en el hardware para que los ciudadanos tengan el control del acceso a la tecnología, lo que se llama soberanía tecnológica. Hay infinidad de grupos que trabajan, desde guifi.net a grupos de inclusión digitales.
¿Qué impacto ha tenido la crisis de la Covid-19 en la profesión y qué transformaciones le obliga a hacer?
Como en todas las áreas de la economía, el diseño está muy tocado. En primer lugar, porque muchos eventos, iniciativas, empresas ... han desaparecido y, por tanto, ha desaparecido la necesidad de generar toda la comunicación que se hace a su alrededor. Hay algunos campos, como el tema web y la venta en línea, en la que tal vez han aparecido nuevas oportunidades. La cuestión es qué haremos ante esta situación. Si intentamos volver al punto donde estábamos, no creo que vayamos muy lejos. Ya hemos estado allí (como en la peli de Matrix) y no tiene recorrido para que nos lleva donde estamos ahora. Si fuéramos capaces de aprovechar el momento para repensar nuestro papel dentro de la sociedad, tal vez pasarían cosas diferentes que nos llevarían a escenarios diferentes. Todo esto lo digo, insisto, con el máximo respeto a mis compañeros de profesión y entendiendo las lógicas preocupaciones laborales, económicas y personales. No quiero que parezca que estoy dando lecciones a nadie; sólo intento abrir posibles vías de trabajo, de cambio, con mucha modestia. No soy ni un guía ni un referente de nada.
¿Es una utopía pensar que el diseño puede realmente cambiar el mundo? Como dice, ¿otro diseño es posible?
Un posmoderno con mucha ironía como es el grafista David Carson dijo: "El diseño salvará el mundo, claro, justo después del rock and roll." Lo comparto. El diseño no puede cambiar realidades, pero puede ayudar para hacer que otros las cambien. Sí que puede hacer pequeños cambios en contextos concretos, pero si queremos cambiar el mundo, lo que el diseñador Bruce Mau llama Massive Change, lo tiene que hacer con otros. Pondré un ejemplo: la copa menstrual, que aquí es una opción más entre las que tiene el mercado. Su diseño puede mejorarse, pero no cambia la realidad. Pero si se diseña, junto con ONG, médicos, psicólogos, escuelas ..., la manera que llegue y sea entendida y usada por niñas del África musulmana, donde el período menstrual es un tabú social enorme, puede generar un cambio social. La frase entera es "otro diseño es posible para que otro mundo es imprescindible". Volvemos a la idea de futuro. Justamente en diciembre, haremos las quintas jornadas “Diseño para vivir” con el título “Diseñando futuros”, en la que abordaremos qué diseño necesitamos para que el futuro se acerque a lo que es deseable. Lo que Buckminster Fuller define como: "Conseguir que el mundo funcione para el 100% de la humanidad, en el menor tiempo posible, sin perjuicios ecológicos y sin dejar a nadie atrás."
¿Tiene cabida la originalidad en este nuevo modelo? ¿Y el ego del creador?
Originalidad es el adjetivo más sobrevalorado en toda la historia del diseño. Y no porque no tenga sentido, sino porque se ha entendido mal. Ser original no significa hacer las cosas diferentes, significa encontrar la solución más eficaz a un problema real. Esto no siempre pasa por una nueva forma o un nuevo concepto; a menudo, es la aplicación de soluciones que ya existen, pero adaptándolas a las necesidades concretas. No necesitamos productos originales, necesitamos respuestas eficientes. Una cooperativa de consumo, por ejemplo, no necesita un logotipo muy original, pero sí encontrar la manera más efectiva que sus usuarios obtengan alimentos de calidad a un precio justo, la manera de organizar las tareas de forma fácil y hacerlas comprensibles para todos, recipientes reutilizables y ligeros para distribuir los pedidos semanales ... El diseño puede ayudar en esto. No necesitan una marca superestupenda. Antes, ya he comentado que el ego del creador es un mal endémico en la profesión. La entiendo en un contexto en el que todo es una lucha por diferenciarte de la competencia. Pero es que quizás este modelo ya no es válido. Cada vez más, se habla de inteligencia colectiva, de economías de lo común, de croceación y codiseño. En este contexto, las figuras culturales estorban más que ayudan. En esto también los medios de comunicación tienen su responsabilidad. Demasiado a menudo, seguimos en un modelo de personajes en singular, cuando debería ser más común hablar de grupos, colectivos, iniciativas ...
¿Y la belleza? Dice que no se debe renunciar, pero matiza que esta belleza debe ser "honesta".
Es imposible extraer la inquietud estética. De hecho, no creo que tengamos que hacerlo. Pero la belleza, para ser real, debe responder no sólo a cánones estéticos, sino también éticos. Hace ya muchos años tuve un profesor de estética en la Massana que nos explicaba que sin ética no hay estética, porque la segunda forma parte de la primera. Un objeto, por ejemplo, de artesanía vernácula tiene una belleza evidente, pero ha llegado a tenerla al cabo de años y años de ir ajustándose para ser tan eficiente como sea posible con la menor cantidad de energía y materiales empleados. Esta es una belleza honesta. El objeto envejece con mucha dignidad porque no intenta engañar. Un producto llamativo, nuevo, como el mercado reclama, que nos llama la atención por su forma o color pero que no tiene una relación ajustada entre valor de uso y valor de cambio, es decir, entre precio y función, no puede ser bello. Al menos no para mí. Y lo que digo al final del estudio es que necesitamos belleza, ahora más que nunca. Si nuestras limitaciones, en el proyecto en el que estamos, son tan grandes que no podemos trabajar para este cambio social que necesitamos, al menos podemos intentar aportar al usuario una belleza sin trampas. Una tipografía bien puesta que embellece el texto de una revista ya la vez lo hace accesible a los que tenemos vista cansada. Un interiorismo que utiliza los materiales sin hacer ver lo que no es y que, al mismo tiempo, facilita la comprensión y la circulación. Un juego para móvil que no está pensado para competir i que lo que consigue es que los jugadores colaboren y generen conocimiento común en entornos digitales. Un paso de peatones que permite hacer la ciudad más cómoda y mejora la autonomía de todos aportando al mismo tiempo un gesto formal que nos bueno a la vista. Quizá no cambiarán el mundo, pero nos harán la vida más agradable sin darnos cuenta. Para mí esta sería una belleza posible y deseable.
¿Los diseñadores han respondido bien a las necesidades de la población en este nuevo escenario de pandemia? ¿A qué cree que deberían dedicar los esfuerzos en el contexto de hábitos inéditos ligados a miedos y desconfianzas que ha comportado?
Durante el primer confinamiento, hubo infinidad de iniciativas desde el diseño para encontrar posibles soluciones a problemas urgentes, desde mascarillas a respiradores o desde hacer carteles alentadores a generar gráficas comprensibles. No siempre el acierto los acompañó, pero es normal: era un problema nuevo y estos proyectos se hacían en contextos, a menudo, precarios. Pese a todo, hay proyectos muy bien pensados ​​y que están dando servicio a personas y en hospitales. El Museo del Diseño está preparando una exposición sobre estos proyectos. Se llamará: “Emergencia!” y está comisariada por su equipo de conservadores. La idea surgió mientras estábamos en casa cerrados. Pensaron que ellos también podían aportar algo. Ahora estamos en otra fase (aunque tal vez nos tendremos que confinar de nuevo). Diría que lo que mejor podemos hacer es intentar acelerar los cambios que ya eran urgentes antes de la Covid-19, desde la pacificación de las ciudades, sacando los coches y el consumo como articuladores del espacio urbano, a mejorar los sistemas de certificación de información que recibimos por las redes para evitar las noticias falsas tendenciosas. Sobre los nuevos hábitos post-Covid-19, seguro que aparecerán, ya lo están haciendo, nuevas situaciones que pedirán nuevas respuestas. Tenemos retos importantes: la distancia social sin perder el calor humano, generar nuevas formas de acceso a la cultura, que las casas no sean una oficina precaria de teletrabajo... La lista sería muy larga. Lo que sí creo que se deberíamos evitar es la nostalgia. Ahora tal vez ya no lo recordamos, pero en febrero-marzo del 2019 tampoco vivíamos en un paraíso en la Tierra. No mitificamos el pasado y apostamos por hacer del futuro algo deseable
http://www.guayabero.net/publicaciones/articulos/diseno/articulo/entrevista-sobre-el-estudio-el-diseno-de-medio-a-mediador.html