Claret Serrahima, Oscar Guayabero (Avui, 22 de Junio 2010)
En pocos días han aparecido dos artículos de dos personajes claves en la historia reciente de Barcelona. En el primero (La Vanguardia, 10 de junio) Ferran Mascarell hace un llamamiento al optimismo y reclama de la sociedad civil que empuje la ciudad. Ser optimista es bueno, pero serlo de forma no realista es ingenuo y peligroso. En el otro, Oriol Bohigas (El Periódico, 13 de junio) argumenta que el rechazo en la consulta de la Diagonal no niega la necesidad de que Barcelona siga teniendo un urbanismo activo. Lástima que esta actividad sea sólo para hoteles, ampliar aeropuertos para que vengan más turistas y grandes centros comerciales como Las Arenas.
Ambos parecen cargados de buenas intenciones. Sin embargo, hay diferencias entre ellos. Ferran Mascarell defiende que "en la ciudad hay cientos de emprendedores que quieren arrancar proyectos y contribuir al futuro de la ciudad. Ellos nos darán un lugar en el mundo. Apostamos por la internacionalización ". Mientras el Icub tenga como eslogan La cultura de crear cultura, es decir, que no gestionan recursos para favorecer la creación sino que ellos crean la cultura, poco tienen que hacer los emprendedores.
Bohigas, en cambio, arremete contra aquellos que ponen en duda que la ciudad tenga que crecer a golpe de grandes acontecimientos y aquellos, que a menudo son los mismos, que ponen en duda el actual modelo turístico de la ciudad. Creemos que las Olimpiadas y el Fòrum no se pueden poner en el mismo saco. El primero fue un motivo de reconocernos como barceloneses, el segundo se hizo de espaldas a la ciudad. Sin embargo, habría que repasar los efectos de los Juegos Olímpicos. Es cierto que nos dejó la creación de las rondas y la apertura al mar de la ciudad. Pero también inició el camino de operaciones como el Hotel Vela o los puertos de lujo del Fòrum y Badalona. La democratización de la playa como gran parque de ciudad se convertirá en residual entre operaciones especulativas de dudosa vocación urbana.
El 22 @ está abocando la ciudad a un modelo de urbe de grandes edificios de oficinas, hoteles y viviendas que doblan en altura los que forman la trama del Eixample, con unos bajos sin uso comercial, con una gran cantidad de espacios vacíos entre ellos y grandes centros comerciales. Es un urbanismo dependiente del coche, de difícil socialización. El 22 @ se creó con la idea de generar un polo de atracción de empresas del quinario y especializadas en nuevas tecnologías. ¿Alguien ha visto los resultados? ¿Hay nuevas patentes mundiales made in 22 @? ¿Acaso hacen cola los grupos tecnológicos para instalar en él? Esta sociedad del conocimiento que Mascarell reclama, ¿es posible si están por delante intereses económicos que de hecho han expulsado de la ciudad un gran número de creadores?
Mascarell propone que la ciudad sea metropolitana, que se trabaje la vertebración con las poblaciones vecinas. Difícilmente podemos hacerlo si seguimos mirándonos el ombligo con tonterías como las Olimpiadas de Invierno. Quienes dudamos de estos fastos grandilocuentes también lo hacemos del modelo turístico, porque el objetivo único parece ser situar la marca Barcelona en el mercado de los tour operators. Bohigas dice que defender el turismo de alpargata es de izquierdas y que una ciudad que acoge este turismo es más amable también con los que viven. Y habla del turismo como paradigma de la socialización. Nadie niega el impacto económico del turismo, pero de eso a decir que es la meta de la democratización de las ciudades hay un buen trecho. Los turistas aportan recursos, hoteles, restaurantes y comercios, pero también generan gastos en limpieza, seguridad, información, transportes, infraestructuras, sanidad, etc. Las ganancias privadas y los gastos públicos, quién no tenga una tienda o un hotel puede pensar que está financiando las ganancias de unos pocos.
Ya no hablamos de la ciudad como parque temático, ahora el problema es que toda ella puede ser un no-lugar. Los comercios de proximidad desaparecen o se orientan al turista, las franquicias lo invaden todo, las redes humanas del barrio tradicional se desdibujan. Las dinámicas de calle sólo tienen dos operadores, los municipales, con festivales, conciertos y eventos programados desde arriba, y los turistas que vienen, en muchos casos atraídos por la climatología y la relajación en horarios y precios del consumo de alcohol. Dudamos que sea esta ciudad la que Mascarell defiende como "referente de capitalidad mediterránea, bienestar y convivencia".
Bohigas termina el artículo diciendo: "Una ciudad moderna es una ciudad de camareros, profesores universitarios, artistas, profesionales, taxistas, policías, burócratas, comerciantes. Y, principalmente, de turistas ". Mascarell dice que "Barcelona funciona cuando sus ciudadanos dan sentido a su identidad porque tienen algo que contar, porque comparten una narración colectiva". Hoy por hoy, hay demasiado ruido de fondo, demasiada gente esperando que Barcelona sea un mix de Port Aventura, un pub irlandés y un finger de aeropuerto, como para que la voz de sus ciudadanos pueda llegar con claridad.
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