Cultura y medios

Bambi se come

Estos días han coincidido dos ILP en el congreso. La de la Plataforma de Afectados por la Vivienda y la de las asociaciones en defensa de las corridas de toros. El azar ha ayudado a dibujar un esbozo de país.

Hace algunos años en un restaurante de Calamocha nos ofrecieron albóndigas de ciervo. Antes de que dijéramos nada, el camarero, un personaje pintoresco, nos dijo: si, aquí nos comemos a Bambi. También hace algunos años en un espectáculo de la compañía teatral, La Carniceria un actor hizo una especie de monólogo demoledor sobre la moral y la humanidad. Su discurso era realmente ofensivo, incluso escupió al público en alguna ocasión. De repente, sacó dos conejos vivos de una chistera y simuló una sodomía con ellos. Los animales no sufrían ningún maltrato, todo era simulado, pero hubo gente que le abucheo, se levantó y se fue. Incluso hubo alguien que se encaró al actor con gesto agresivo. En la calle Pelayo había un homeless que tenía dos cachorros. La gente se acercaba y sin mirar a la persona, acariciaba a los animales y les hacía carantoñas. Algunos dejaban monedas, siempre sin mirar al mendigo.

Estos días han coincidido dos ILP en el congreso. La de la Plataforma de Afectados por la Vivienda y la de las asociaciones en defensa de las corridas de toros. El azar ha ayudado a dibujar un esbozo de país. El PP se ha resistido casi hasta el último momento la tramitación de la ILP de PAH. Al mismo tiempo la otra ILP solo se ha aprobado con los votos del propio PP y los de UPyD. Todo ha sido muy grotesco. Parecía que el derecho de las personas a una vivienda digna estaba por debajo del derecho a los toreros a matar toros.

Este, el de los toros, siempre ha sido un tema muy complejo donde se mezcla cultura, identidad, animalismo, derechos, tradición, elite, negocio, etc. El rechazo al sufrimiento como espectáculo se ve empañado con una falsa idea de que los toros son una imposición imperialista de Castilla sobre Catalunya en la época franquista. Hay multitud de argumentos que desmontan está teoría, sirva la siguiente historia como ejemplo: El 25 de julio de 1835, justo un año después de su inauguración, las autoridades organizaron una corrida de toros en el Torín (obra del arquitecto Joseph Fontseré y ubicada en La Barceloneta). El espectáculo no fue del agrado de los espectadores, que lanzaron todo tipo de objetos a la arena. Inmediatamente muchos de ellos salieron a la calle y se dirigieron en manifestación hacia La Rambla. Pero poco a poco, el grupo se fue haciendo más numeroso, nutriéndose de descontentos de toda clase. Oradores improvisados incitaron a la gente en contra de la Iglesia. Lo que empezó como una protesta contra una mala corrida de toros adquirió un carácter anticlerical. Fue la famosa noche de la quema de conventos.

Ahora bien, si nos centramos en el aspecto del animalismo el debate tampoco es sencillo. Los ejemplos, quizás anecdóticos que he puesto al principio son un intento de explicar que la mezcla entre Walt Disney y Greenpeace produce monstruos. La humanización de los animales, inducida por la infantilización de la sociedad que parece no abandonar jamás ni los peluches, ni los dibujos donde los animales hablan, ríen, sueñan, etc. ha tergiversado nuestra relación con ellos. El absoluto maltrato de los animales de granja industrializada no nos afecta, porque no lo vemos. Un amigo inglés, que trabaja de guía turístico, me cuenta como las mujeres norteamericanas se aterrorizan al entrar en el Mercat de la Boqueria porque hay animales “reconocibles”. En su país toda carne está convenientemente troceada para que nunca atisbes a adivinar el animal original. Los pescados siempre sin cabeza.

En el debate sobre la aprobación de la ILP, Toni Cantó, personaje inefable e infecto, de un partido que es en si mismo una ofensa a la inteligencia, soltó un discurso que ha causado mucho revuelo en las redes sociales. En el decía que los animales, al estar privados de raciocinio no tienen ni derechos ni deberes y citó a Fernando Sabater para dar más empaque a su argumento. De ahí llegó a la proclama de que ni los Toros, ni el resto de los animales tienen derecho a la libertad, ni tan solo a la vida. He de decir, que en términos filosóficos, Cantó tiene razón. Los derechos humanos son un acuerdo que entre representantes de algunos países y se llegó por pacto. Es una especie de marco moral que hemos decidido libremente. Con los animales todos los pactos serán, si o si, unilaterales.

En un magnifico documental sobre la vida de Timothy Treadwell y su relación con los osos pardos queda evidenciado que a pesar de la empatía que nos puedan despertar los animales, esta rara vez será compartida. La naturaleza no es ni cruel, ni justa, ni buena, ni mala, es, simplemente, y de ahí probablemente, su grandeza. Es cierto, a pesar de que pueda sonar a prepotencia humana, los animales no tienen derechos, más allá de aquellos que nosotros como humanos decidamos otorgarles.

¿Eso justifica la exhibición del dolor del toro como espectáculo? No, ni en broma, como tampoco el sufrimiento del animal en el toro embolado, el correbous, etc etc. Pero no desenfoquemos el objetivo. El objetivo es alejar la imagen del sufrimiento a ojos de los humanos. El trato de los pollos de granja o de los patos que producen el paté es infinitamente más vejatorio, doloroso y si se me permite inhumano, pero, no los vemos.

Las corridas de toros desaparecerán, porque no hay público que pueda mantener los gastos que suponen, a pesar de las subvenciones estatales. Y yo me alegraré de que así sea. La “Fiesta” ya hace años que dejó de ser del pueblo para ser un coto privado de señoritos adinerados, integristas taurinos, algún pseudo-intelectual que ha leído a Hemingway en diagonal y guiris, muchos guiris. Los aficionados a los toros no pueden argumentar que es una tradición, porque también lo fue el garrote vil o el circo romano. Algo que se hace durante mucho tiempo no tiene valor en si mismo. Pero en el argumentario de los contrarios a los toros hay errores de bulto muy profundos. Sería necesario revisarlos.

La caza deportiva me parece una memez. Hay otras formas menos estúpidas de agarrarse un pedo y dejar rienda suelta a la testosterona. Aún así, si nos obligaran a cada uno de nosotros a cazar, desplumar o despellejar aquellos animales que deseamos comer, como pasaba hasta no hace demasiado en las zonas rurales, nuestra relación con la muerte, los animales y sus “derechos” cambiaria radicalmente. Podemos aborrecer “la matança del porc” pero no por ello dejamos de comer jamón, lomo o chorizo. Hay algo de hipocresía urbanita en todo este embrollo.

Los animales no tienen derechos, porque estos no han estado pactados con ellos, solo impuestos por los hombres. Eso no justifica el maltrato animal, ni de lejos, pero es una construcción humana la idea de la justicia para los animales. Casi igual de prepotente es creernos con derecho a “usar” a los animales a nuestro antojo como querer “protegerlos” en tono paternalista y al mismo tiempo hay el peligro que la empatía hacia los animales anule la empatía humana, hoy, más necesaria que nunca. Brigitte Bardot defendiendo a las focas y apoyando a LePen es un ejemplo sintomático. Nadie matará a “mis osos” decía Timothy Treadwell. Resultó que los osos no eran suyos y se lo comieron.

 

 

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