En un estudio, extraño pero real, unos economistas norteamericanos hicieron una comparativa entre las conejitas Playboy y la marcha de la economía. Parece que cuando las cosas van bien, las chicas de la popular revista tienen un aspecto juvenil, casi adolescente. Por el contrario, cuando las bolsas caen, las mujeres que se exhiben son más maduras, con más curvas, se podría decir que más maternales. Cuando todo funciona el hombre tiene tendencia a pensar en un affaire, cuando maldades busca refugio en la madre, claro. Mirad estos días las portadas de Playboy, siempre con espíritu científico, y ya me diréis cómo va la bolsa. La búsqueda de cobijo, de refugio, es tan vieja como el hombre y, como veis, se expresa de las maneras más curiosas. El primer gesto arquitectónico es la cabaña y el primero de interiorista la cueva.
La Cabaña de Heidegger
Todo ello me viene a la cabeza porque ha llegado a mis manos el libro La cabaña de Heidegger, de la editorial Gustavo Gili. Un espacio para pensar, ponen de subtítulo. He aquí un nuevo uso en el que no había pensado: un cobijo (die Hütte, en alemán) no para protegerse del frío o del sol sino del ruido de la vida cotidiana. Desde el 1922, Martin Heidegger instalar-se diferentes temporadas para escribir. La protección de la cabaña contrasta con la belleza dura del paisaje exterior. Es un libro interesante que muestra la dualidad peligrosa del filósofo entre la austeridad de un lugar de reclusión, en medio de la Selva Negra, y al mismo tiempo una inspiración de pureza que emana de la naturaleza y la vida espartana que tendría como resultado su implicación con el régimen nazi. Sin embargo, es una buena lectura para entender sus textos, a menudo referenciados por arquitectos, donde hay una reflexión sobre habitar, alrededor del concepto lugar, que puede entenderse como lugar y al mismo tiempo como espacio de pertenencia.
La cabaña de Le Corbusier
Para ver si la ideología puede configurar cobijos diferentes, consulto textos sobre la famosa cabaña de Le Corbusier. Busco información sobre Le Cabanon en Roquebrune-Cap-Martin, donde el arquitecto pasó algunas temporadas y los últimos días de su vida. De hecho, hasta hace poco se podía ver una réplica a escala real de este cobijo de 1952 en el RIBA (Royal Institute of British Architecture) de Londres. En la réplica se han incluido unas fotografías que tapan las ventanas que reproducen los paisajes originales del Mediterráneo. Le Corbusier, a pesar de afirmar que hizo el diseño básico de su cabaña en 45 minutos, escogió estratégicamente las aberturas para tener las mejores vistas. La austeridad del interior contrasta con la exuberancia del exterior. Encuentro el mismo empeño para reducir al máximo las necesidades materiales. Heidegger y Le Corbusier se refugiaban en sus cabañas, del ruido, de las prisas, pero hay diferencias. Mientras el alemán lo hace con un espíritu heroico, de renuncia querida (no tenía agua y la había de ir a buscar a un pozo), Le Corbusier lo hace como parte de sus vacaciones. La renuncia del arquitecto es feliz, soleada, al sur de Francia, la del filósofo alemán es dura, fría, se diría que buscando un cierto martirio. Le Corbusier establece su relación con el lugar desde un paisaje humanizado, que es el mediterráneo. De hecho, es en el paisaje donde muere, nadando libremente en las aguas azules. Heidegger ve una dimensión épica en la naturaleza salvaje de la Selva Negra. En Le Cabanon no hay épica sino renuncia lúcida de lo superfluo, sin sufrimiento.
La cabaña de Enric Miralles
Los jardines del Palau de Pedralbes hay otra cabaña. La cabaña de juegos de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, Kolonihaven, la llamaron, que significa casita de madera. Fue hecha para su hija y lo que quería resguardar era el juego, la diversión. Aquí lo que protege la cabaña es la imaginación, porque la casita puede ser mil cosas a la vez. No está definida, no está completa. Son los niños los que lo acaban de hacer. Los arquitectos tomaron una imagen de Le Corbusier donde se ve una niña que invita a un adulto a jugar con ella. Por eso la casita tiene dos alturas, para que puedan entrar niños y adultos, y por eso parece que queramos resguardar, aparte del juego, el paso del tiempo. Desgraciadamente, en los jardines de Pedralbes está expuesta como escultura, rodeada de una catenaria que no te deja acercarse. Así, el refugio es inútil, ya no protege nada, es protegido, no sé muy bien de qué, por un código artístico que le aleja de los niños.
Yo, cuando busco refugio, en vez de chicas maternales prefiero pensar en cabañas. Tal como dice Manuel Vicent en un artículo reciente: "La seguridad que nos da la cabaña se pierde junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desprotejidos, solos a la intemperie, lejos del mundo de los sueños, ante unos enemigos reales "
http://www.guayabero.net/publicaciones/articulos/arquitectura-y-urbanismo/articulo/refugio.html