Suplemento Cultura Avui, 20 de emaig de 2010.
En Can Framis se puede percibir un cierto silencio arquitectónico, cromático, matérico
Cojo un autobús para ir a Can Framis. Durante el trayecto, leo un libro manifiesto de Josep Oliva i Casas: Plaza de les Glòries Catalanes: no a la creación de un vacío urbano. Me parece muy sugerente que un outsider del urbanismo, como él mismo denomina, reúna los artículos que ha escrito sobre un plan urbanístico y nos regale incluso una propuesta alternativa. No estoy seguro de que la propuesta que hace me guste, pero, en todo caso, la publicación es bastante aclaratoria para aquellos que quieran conocer lo que pasará en Glòries, bien, eso si la reducción de inversiones en infraestructuras no paraliza el proyecto actual.
Cuando paso con el bus por dentro del anillo de la plaza, la encuentro muy interesante, ahora que ha sacado el parking. La transparencia me hace pensar que, con una remodelación del interior para hacerlo más accesible, tendríamos plaza por años. Sin embargo, coincido con el autor que no es esta la plaza de centralidad que imagina Cerdà, ni mucho menos. Ahora es más un nudo viario que otra cosa. Con el nuevo plan será más un parque inhóspito que una plaza pública á la parisienne, como propone Josep Oliva. Pero tampoco creo que esta sea la solución.
Nueva sede Fundación Vila Casas
Me acerco caminando a mi destino, la nueva sede de la Fundación Vila Casas. Ya hace tiempo que quería ir, incluso antes de que Jordi Badia (BAAS) ganara el premio Ciutat de Barcelona para este conjunto arquitectónico. Para llegar tengo que pasar por diferentes edificios de nueva planta levantados bajo el denominador común del 22@. Quizás por esta referencia tecnológica los edificios parecen salir de una película mitad True stories, de David Byrne, mitad Playtime, de Jacques Tati. Capítulo aparte merece el Media-tic de Enric Ruiz-Geli: es un edificio que claramente quiere decir cosas, pero todavía no estoy seguro de qué. Me reservo un día para mirar me con calma.
En Can Framis, un antiguo recinto fabril convertido en centro cultural y sede de la colección Vila Casas, se accede por un jardín. Puede parecer anecdótico, pero no lo es. Los edificios que lo rodean a menudo ocupan el total de la superficie, pero aquí se deja margen para el paseo y, de hecho, hay varias personas sentadas en los bancos o paseando al perro. Es un sorbo de aire en la trama urbana que se agradece. El pequeño laberinto de pasarelas entre especies vegetales claramente mediterráneas, diseñado por el mismo Jordi Badia y el paisajista Martín Franch, nos lleva hasta una especie de atrio que nos recibe y acoge.
La otra sorpresa es la altura. Es obvio que, aprovechando una nave industrial, no se podía hacer un rascacielos, pero el hecho de que esté un poco hundido en el terreno ayuda a tener la sensación de que estamos en una excepción arquitectónica. Una vez en el patio, podemos ver a ambos lados las antiguas naves fabriles recubiertas y con las ventanas tapiadas. Me da miedo que el interior sea la típica caja negra de los museos, pero una vez dentro veo que la luz natural entra por diferentes aberturas que aquí y allá van creando lazos entre el dentro y el fuera. La combinación entre la parte antigua y la nueva es bastante clara, pero, a pesar de utilizar el cemento armado, el resultado es armónico.
Y de golpe lo noto: el silencio. Desde que he salido del autobús sólo había ruido, del acústico, claro, pero también ruido arquitectónico. Esta zona parece una pelea de gallos, a ver quién grita más, y aquí se hace el silencio, mucho del acústico, como en todos los centros culturales, pero también un cierto silencio arquitectónico, cromático, matérico.
Paseo por las salas y sólo me encuentro un grupo de estudiantes. El suelo, también de cemento, saca un ruidito de mis zapatos muy molesto. Me descalzaría, si pudiera. Las cajas de escaleras de nueva construcción son a la vez lucernarios. El cemento coge calidad plástica, tal vez porque estoy viendo pintura. El problema de una arquitectura tan de mínimos es que cualquier cosa adquiere una gran importancia y voy detectando algunas entregas extrañas y algunos pequeños errores en el forjado del cemento que en otro contexto pasarían desapercibidos. Pero la calidad del espacio hace que sea a veces acogedor y a veces dotado de un cierto misticismo eclesiástico.
Equilibrio entre pasado y presente
No soy un entusiasta de la reconversión de las naves industriales del Poblenou con usos que ignoran el pasado industrial, y la conservación de las chimeneas como homenaje al pasado me parece una broma de mal gusto, pero reconozco que se ha encontrado el equilibrio entre la memoria del pasado y el uso actual. Quizá la labor de la historiadora MerceTatjer, coma asesora, ha tenido algo que ver.
Sea como fuere, me gusta la sensación de que esto ya estaba aquí antes de la locura constructora, que no todo han de ser hoteles y oficinas de multinacionales. Mientras vuelvo con el bus a casa sigo la lectura del libro de Josep Oliva i Casas y me planteo que, como ocurre en Can Framis, las Glòries debería ser un espacio que acoge y no un espacio que se mira desde la periferia
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