Activismo y contracultura

Mi territorio

Oscar Guayabero (Febrero 2014)

Ahora que tanto se habla de identidad, me dio por pensar, donde pertenecía yo, cuál era mi territorio. Pensé en el barrio, nací y he vivido en el Raval, hasta ahora. Luego pensé en la ciudad, esta Barcelona que ya no es nuestra, quizás nunca lo fue. El país me queda demasiado lejos, he encontrado más cosas en común con un vecino de Malasaña, del barrio del Carmen, de Termini o de Brixton que con alguien de Berga o del Delta del Ebre. No por nada, sino porque su realidad cotidiana es muy diferente a la mía . Pero, si sigo profundizando, creo que mi territorio es aquel que forman mi familia y mis amigos. Aquí si tengo un sentimiento de pertenencia, de grupo, de clan. Y este territorio está cambiando radicalmente, con peligro de desertización inminente.

Es un goteo que no para. Son unos amigos, fotógrafa e historiador que han estado en San Francisco probando suerte, que dicen que quizás se vuelven porque aquí " todo está parado". Es un buen amigo, experto en internet, que hace tiempo que vive en Vancouver y no deja de decirme que ya tardo en ir. Es un fotógrafo con el que he trabajado a menudo, que se ha ido a Ámsterdam. Son un amigo alemán programador, que llevaba años aquí y que vuelve a su tierra y una diseñadora de vestuario que se ha vuelto también a su Alemania, entre otras cosas porque aquí no tenía trabajo. Es un buen amigo artista que se está pensando si ir a vivir Lisboa o Valparaíso. Son una pareja de profesores universitarios, que pese a su Inglaterra tienen trabajo asegurado a sus facultades, aquí no van más allá de profesores privados de inglés y se marchan. Son los incontables amigos y conocidos arquitectos que han largado. Son los diseñadores en Shanghái, los médicos a Chile, los publicistas en Brasil. Por no hablar de muchos sudamericanos que están ya con las maletas hechas, dispuestos a volver después de estudiar o vivir aquí. Y así no acabaría. Creo, y no sólo porque sean amigos míos, que todos ellos aportaban valor en mi ciudad. Barcelona era, no hace tanto, polo de atracción para creadores, investigadores y trabajadores del pensamiento de todo tipo. Alrededor del cambio de siglo nos dimos un festín de hablar de la sociedad del conocimiento, un pasito más allá de la maltrecha sociedad de la información. La ciudad entera parecía mutar de una economía productiva, a la manera del siglo XX, a una economía del conocimiento. Y no hablo de bohemios vagabundos, que también los hay y que dan color, pero que no crean tejido. Hablo de profesionales formados y con experiencia. Creímos que podíamos ser un nuevo entorno de conexiones de conocimiento, de inteligencia colectiva. Barcelona, ​​nos decían, sería como un gran computador hecho de individuos y colectivos que no pararían de crear. Medio eslogan de marketing, para facilitar la gentrificación, medio verdad, el caso es que la ciudad parecía ofrecer algo más que buen tiempo y farras al estilo Tijuana.

Pero entonces llegó la crisis, y en vez de intentar sobrevivir como el campus universitario del Sur de Europa, como el think tank del Mediterráneo, algunos escogieron por nosotros que fueramos el taller clandestino de Alemania. Ellos han decidido que seamos una pequeña China. Obviamente, la distancia con los sueldos de las maquiladoras chinas todavía es abismal, pero si tenemos en cuenta el precio del crudo y la inminente crisis energética esto puede cambiar. Para conseguir que sea rentable producir en el sur de Europa se ha de empobrecer de tal manera a la población que por un sueldo de minijob esté dispuesto a hacer jornada completa y horas extra sin remunerar. Por otra parte, los gastos laborales también se deben reducir, mediante la supresión de prestaciones sociales, indemnizaciones por despido, coberturas sanitarias, etc. Es en esta vía en la que trabajan, tanto el gobierno central como el autonómico. Evidentemente, por coherencia se debe aniquilar cualquier intento de crear I + D. Tenemos que volver a ser mano de obra barata, como cuando nos aceptaron, en la silla de los invitados, en la Unión Europea.

Pero, para que esto sea factible ahora, cuando llevamos ya bastantes años probando, aunque sea de lejos, el estado del bienestar y la libertad de pensamiento, debe desarticular la sociedad civil lo más rápidamente posible. La cultura entonces se convierte en el enemigo. Primero será la cultura de vanguardia, luego la cultura en general, después, directamente , la enseñanza. ¿Para qué queremos estudiar Filosofía si acabaremos como peones en una cadena de montaje? Y en eso estamos, tan sólo hay que analizar la ley Wert y las políticas de la Consellera Rigau. Escuelas de calidad para las élites económicas y religiosas, y precariedad intelectual para el resto.

Todo ello es grave, terrorífico, pero es que además es mi paisaje emocional e intelectual. Soy un hombre posmoderno, aunque no quiera, y el individuo me pesa más que la masa. Mi yo se queja más allá de ver la injusticia colectiva. Mi territorio está quedando baldío, sin árboles donde echar la siesta. Los amigos huyen y yo quedo cada vez más solo. Porque yo no me quiero ir. No quiero reinventarme, que lo hagan los que nos han llevado hasta aquí. He estado formándome y trabajando por esta ciudad demasiado tiempo para huir como si nada. Como decía la pintada de la calle: estoy demasiado cansado para abandonar.

¿De que hemos sirve que haga buen tiempo y las cervezas sean baratas si no puedo conversar con los amigos porque están a hora y media en avión? De hecho, ya no tenemos ni para cervezas en las terrazas, porque el turismo hecho subir demasiado los precios. Mi territorio es aquel que ocupan mis amigos y ahora será tan enorme que no me va a cabrá ni en Google Maps. No quiero hablar con ellos por Facebook, quiero poder ver, discutir, abrazarlos y enfardarme si es necesario. ¿Quién diablos se puede enfadar seriamente por Twitter? Lo que soy, lo que pienso, lo que hago, es, entre otras cosas, la suma de los que me rodean. El intercambio de experiencias, pensamientos, sabidurías y habilidades es parte fundamental de mi " formación permanente”. Y me la están robando. ¡Me estoy quedando sin maestros!

Y justo en ese momento, cuando mi territorio personal comienza a desaparecer, cuando mi país sentimental hace aguas, parece que el resto de mis vecinos han decidido construir una nueva nación-estado. Un nuevo estado de Europa, dicen. Pero, si no quedará nadie para habitarlo, pienso. Ya me va bien cambiar de bandera, de himno y de DNI, no tengo problemas con eso. En todo caso, ¿no deberíamos parar esta sangría de pensamiento, este escape de masa gris que fluye por nuestro majestuoso Aeropuerto del Prat destino en el extranjero? Primero el país, me dirán. Y yo pienso en mi de país, este que se va despoblando día a día.

 

Me da miedo abrir el mail porque estoy harto de recontar bajas. Hoy un bailarín, mañana una médica, pasado mañana uno que hacía cine, el otro una traductora. ¡No quiero que se vayan! Los quiero aquí, conmigo, haciendo de mi ciudad un lugar más interesante, más rico, más listo. Necesito que estén para seguir creyendo que vale la pena trabajar con y para la cultura. No me valen las banderas, necesito caras, rostros, palabras, pieles, manos, porque son los accidentes geográficos de mi país . Quiero poder pronunciar los nombres de mis amigos porque ellos son mi toponimia. Quiero oír sus voces, sus opiniones y su sabiduría porque este es mi patrimonio, nuestro patrimonio, el de cada uno de nosotros y de su pequeña red de amigos, de su paisaje emocional. Exijo desde ahora, un modelo de sociedad que proteja mi patrimonio intelectual y parafraseando a Emma Goldman, si no tengo a alguien interesante con quien hacer una caña, su revolución no me sirve.

http://www.guayabero.net/publicaciones/articulos/activismo-y-contracultura/articulo/mi-territorio.html