Claret Serrahima, Oscar Guayabero (Avui, 10 de Noviembre de 2010)
La ebullición en red de la cultura disidente contra la visita de Benedicto XVI en Barcelona ha hecho recordar los días previos a la invasión de Irak
Estos días hemos visto acciones de todo tipo en señal de oposición a la visita del pontífice Benedicto XVI. Las redes sociales iban llenas de carteles, bromas, convocatorias y artículos que mostraban el rechazo a la visita. Hay algunas obvias y otras más singulares: desde pancartas con el lema "Queremos el Papa por el litoral" hasta una convocatoria para besarse al paso de la comitiva papal entre gays y lesbianas, pasando por piezas de arte, tiras cómicas, textos irónicos, manifiestos y conciertos.
La ebullición de la cultura disidente ha hecho recordar los días previos a la invasión de Irak. De aquello hace ya siete años. Alrededor del rechazo al Forum de las Culturas también se generó un movimiento de características similares, aunque más reducido. De vez en cuando, hemos visto acciones con este carácter crítico pero con dosis de humor e interés cultural contra el turismo, contra la especulación urbanística (las de V de Vivienda, por ejemplo, son bastante sugerentes) o contra el Hotel Vela, entre otros ejemplos. Hace unos días, una chica se paseaba desnuda pero con burka para protestar contra la lapidación de la iraní Sakineh Mohammadi Aixtiani.
Algunos desprecian estos movimientos y los encasillan en “la cultura del no”. Hay que ser propositivo, dicen. "Es una lástima, perder energía oponiéndose a algo en vez de hacer propuestas", decía un cura para la televisión estos días. Son tesis muy de los años ochenta. Ya recordáis: todo vale, no pienses, haz, no critiques y propone, etcétera. Realmente, los movimientos emergentes parece que necesitan algo a la que oponerse para activar sus mecanismos creativos y de acción, pero, de hecho, ¿no es eso, lo que en los años sesenta en Norteamérica se llamaban movimientos contraculturales? El mismo nombre ya demostraba una actitud antagónica, en ese caso al American way of life y la guerra de Vietnam. En los años noventa, con la excusa de que había que proponer y que criticar era rancio, nos quisieron hacer comulgar con ruedas de molino. El análisis era demodé, y repescaron, sin decirlo, aquella famosa frase de Franco: "Haga usted como yo, no se meta en política". Con la democracia parece que votando cada 4 años ya es suficiente, y que hay que dejar la política para los políticos. Desde la izquierda progre hasta la derecha más carca del país, nos han hecho creer que hacer crítica es lo mismo que criticar, y que el análisis crítico y la ofensa personal es el mismo. Y no, no es lo mismo.
Con la caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista, el consumismo se convirtió en la ideología más extendida del planeta. Es entonces cuando vuelve a aparecer la disidencia. Sin embargo, los mecanismos del mercado han cambiado mucho desde los sesenta, y ahora incluso el arte político y el arte underground se han establecido como una categoría más del mercado. Basta ver el tratamiento que los museos y galerías hacen de artistas como Barbara Kruger, Hans Haacke, Guerrilla Girls, Santiago Sierra, Banksy, Obey, etcétera. Las instituciones públicas han incorporado en su programación, y sin ruborizarse, creadores que trabajan sobre la crítica a estas mismas entidades. Han endurecido la piel y pueden asumir cualquier crítica. Al mismo tiempo, unas leyes cada vez más restrictivas con la excusa del civismo han hecho que la acción se haya trasladado a la red, aunque no se renuncia a la calle.
Debemos decir que gracias a estos movimientos el servilismo de la sociedad a los políticos y los hoteleros aún no ha agotado el poco oxígeno que queda libre. Parece claro que los que actualmente quieran hacer contracultura deben elegir las redes para difundir lo que hacen, y la calle, para acciones efímeras y baratas, para escapar de un mercado ávido de carne fresca y de unos estamentos públicos proclives a subvencionar la disidencia. Internet es suyo, por ahora.
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